31.3.22

Mi relación con las picarazas viene de lejos


En mi pueblo familiar se llamaban picarazas, luego supe que eran más bien urracas, y unas aves muy inteligentes aunque parezcan feas y no para fiarse de ellas. Yo en mi barrio tengo muchas y las vigilo a medias, pues ellas también me vigilan a mí, jugando a escondidas ambos, mientras les dejo comida en unos platos de plástico, aunque es comida para todas las aves que quieran pasar por allí.

Les coloco diversas semillas, maíz, girasol, calabaza, cáñamo o alpiste, además de migas de pan duro. Las palomas y los gorriones también conocen el lugar, pero acuden menos pues las picarazas no les dejan. 

Se ponen en lo alto de una casa enfrente a la mía, y en cuanto ven el alimento esperan a que me vaya al interior para bajar a comer. 

Las engaño pues mi interior a oscuras las despista si estoy en silencio, y en mi ausencia teórica y escondida, las veo pasearse por mi terraza como si fuera su casa, mientras yo las envidio disfrutando de su libertad para volar. 

Estoy seguro que ellas piensan lo mismo de mí: que aquella casa es suya y yo el forastero, cuando me ven tomando el sol y me odian por invadir su casa.

Las puñeteras se dejan los pocos gránulos de pienso compuesto que llevan las bolsas de comida para pájaros. Los frutos secos y dulces sí les gustan pero las bolas de pienso no. 

Son picarazas de ciudad. Alguien debería explicarles que esos piensos compuestos que están muy buenos, pero no sé cómo. Creo que odian su olor a rancio.