31.8.18

Bagdad Café y los Mallos de Riglos por la tarde

Furioso pétalo de sal, la misma calle, el mismo bar 

Nada te importa en la ciudad si nadie espera (Fito Páez)


Ya empiezo a poder arrancar lo que escribo con once upon a time, con mukashi-mukashi wa…

Pues bien, hubo un momento en que mi memoria sentimental no se componía de paisajes, que solamente atravesaba… Quizá lo más cercano a ello y como muro infranqueable, porque me daba mareo el autobús, era pasar en Idarsa las vueltas del Puerto de Santa Bárbara -entonces autopista de dos carriles principal para subir a Jaca-, carretera que hoy estaría colapsada y que ya entonces en el bar Jabalí de la Peña provocaba una media de 20 R-8, 600, Cabras y camiones Pegaso o Barreiros aparcados. Más todos los autobuses de los clubes de montaña de Huesca y Zaragoza. Más muchos coches con los primeros esquíes Rosignol.

En el autobús tenía que mirar un poco el entorno pero más fijo las fotos de playas enmarcadas en el escai de la parte trasera de los asientos, azules cobalto. En ese trayecto eterno en que se invertía medio día para llegar a Berdún, solamente me consolaban el pepito de ternera en el Tubo de Huesca y la vuelta por el parque para esperar el autobús, pues era obligado transbordar desde Zaragoza. Se salía de Echegaray. También tengo el recuerdo imborrable de la cafetera de cobre bruñida de “La Granja Anita” que era para mí, sin saberlo, un símbolo de los grandes cafés europeos que tuve desde niño. Me quedaba paralizado viéndola, lo que con mi sistema nervioso tiene mucho mérito que algo o alguien lo provoquen.

La Granja Anita supuso el inicio de un cierto refinamiento… Después conocí y lamenté el cierre del café Niké de Zaragoza, aunque yo iba más al café “La Ideal”, en Moncasi, que montó el grupo de teatro “El Grifo” en un taller de costura. Todos estos lugares, como otros ahora, permitían abolir el tiempo y viajar sin salir de Zaragoza, creando espacios para compartir tertulia o para oír a los “Talking Heads”.

Volviendo a los viajes de mi adolescencia, no me gustaba viajar, sí me atraía un poco subir a la montaña pero mi abuelo, pastor en puerto, y mi padre, que llevó caballerías de estraperlo a Garralda en Navarra para su consumo humano cuando se mecanizaron Navarra central y Cinco Villas, me vacunaron de ello por peligro. Me decían si subiría a dormir por necesidad, y la respuesta era sencilla.

Así, el paisaje era un tubo que se atravesaba para subir a la montaña demasiado despacio o para ir ya a toda hostia a Jaca por la recta de Santa Cilia en el 850 de mí tío verde claro, que lo ponía a 140 sin titubear. Nada más.

Tuve suerte de que mi entorno universitario no fuera urbanita, y un poco a regañadientes medioambientales, conocí el Collado y Valonsadero de Soria simplemente de casualidad, por ir a las fenomenales e históricas fiestas de San Juan. Con algún momento machadiano breve en San Saturio que ya apuntaba un poco lo que ahora creo que soy. También advertí que el paisaje del entorno de Cella y, obviamente, Albarracín, eran hipnóticos y poderosos.

Pero no amaba el páramo sino que atravesar Monegros me parecía una manifestación de cutrez y pobreza, subir al Moncayo era para estar a la fresca o si iba al Pígalo de Luesia a bañarme, era para pasarlo bien saltando y buceando, y tener un día entero por delante con alguna amiga con la que en un espacio más corto se me iban a circuitar los fusibles. Buscando verde por conveniencia y ni puta idea de la familia quercus ni de la familia pato-focha, cuanto más común mejor.

Pero hubieron dos películas que cambiaron éso, también algunos libros. Que hicieron que mirara el paisaje, no solo el aragonés, con detenimiento, con fruición, como si fuera la última vez… Anticipando mi pasión por Japón que al principio sólo consideré cultural y hoy me liga a un entorno de volcanes húmedo en el mundo…

Pues bien, sentí a Machado en “Campos de Castilla” aunque me lo hubieran machacado como obligatorio y comprendí en los primeros 20 al enorme poeta japonés Basho, sin renunciar en absoluto a ser urbanita, cuando vi en el cine “Bagdad Café” y me recorrió una corriente de media tensión en el espinazo oyendo la banda sonora de Ry Cooder para “París Texas”.

Entonces no lo sabía, pero estas aparentemente lejanas a mí cintas me activaron una pasión por la tierra y el territorio que, sin saberlo, me acercaron a mi pueblo de origen a mi familia, porque me las habían inoculado mis abuelos, ambos pastores, y mis padres. Se me colocó todo en el cerebro, en el corazón y en las tripas y allí sigo...

También se colocó otra cosa que siempre había pensado pero no la ejercitaba, porque cedía, como he seguido cediendo después, dado que la libertad nunca es sencilla. Esa película me trajo la temprana esperanza de raíz de que se puede tener un negocio, se puede tener una pareja o se puede tener una vida en mitad de cualquier páramo mientras estés tú y cualquier persona como tú o distinta, porque siempre pasarán cosas…

No hay limitaciones, no hay persecuciones que los demás focalicen contra ti sino que el machaque es todos contra todos… Ello con las quejas que hagan falta, se trata de sentir que todos ejercitamos actos voluntarios entrando a un trabajo, quedando con amigos, compartiendo vida, cuidando o no de familiares… Todos somos mágicos, pues pueden existir vidas mágicas en mitad de cualquier desierto, siendo todos y todos nosotros una Marianne Sägebrecht en potencia

Indirectamente esto dará vida, indirectamente también podrá llegar a molestar a quienes ocupen un territorio en forma de derecho adquirido medieval… Nada de eso cuenta, contamos nosotros y nuestra feliz contemplación del espacio por donde discurramos, que con nosotros se modifica y, esperemos, mejora.

30/08 Luis Iribarren