Lo acaba de avisar el director de los Museos Vaticanos: la Capilla Sixtina no respira como respiraba, y los delicados frescos de Miguel Ángel, Botticelli, Pinturicchio, Perugino o Signorelli están en peligro por culpa de las visitas cada vez más masivas, que dejan en el aire una miríada de invisibles residuos low cost: polvo, aliento y sudor, cabellos y caspa, hilos de lana, fibras sintéticas, fragmentos de piel.
Es el (sucio) precio a pagar por la globalización, los vuelos baratos y la reciente ampliación del horario de entrada a las suntuosas galerías papales hasta las seis de la tarde; la involuntaria propina que dejan los 7,3 millones de turistas que cada año contemplan extasiados (e intoxicando sin saberlo) la sagrada Capilla Sixtina.
La alarma ha sido lanzada por Antonio Paolucci, que dirige los Museos Vaticanos desde 2007, a través de un artículo publicado en L'Osservatore Romano. Las 20.000 visitas diarias, escribe Paolucci, ejercen "demasiada presión humana", y los sistemas de ventilación instalados en 1993 tras las polémicas restauraciones con disolventes que devolvieron a la capilla el desconocido y colorista fulgor de los siglos XV y XVI, ya no dan abasto, se han quedado obsoletos.
En su artículo, Paolucci se felicitaba por el éxito de la nueva limpieza, una operación que se acomete cada dos o tres años, aunque según los conservadores se debería hacer más a menudo. El penúltimo lavado de cara se hizo hace cuatro años. El último ha durado 20 noches de julio y agosto. Subidos en los andamios y en la grúa articulada que se montaba y desmontaba a diario para no molestar a los turistas, 30 restauradores han podido ver y valorar de cerca la salud de los frescos que presiden los cónclaves.
Según Paolucci, se han retirado "cantidades ingentes de materia y polvo". Al quitar el polvo con sus pinceles de pelo de cabra, han surgido diversas señales de deterioro. Las partes más afectadas, ha explicado el restaurador jefe, Maurizio de Luca, son las medias lunas de Miguel Ángel, las paredes del Juicio Universal y los frescos del siglo XV.
El techo con la bóveda de Buonarotti, situado a 20 metros de altura, sufre menos las impiedades humanas pero está más expuesto al clima: según ha trascendido, se han detectado y resuelto algunas pequeñas filtraciones de agua. Cada día entran unos 20.000 turistas, cifra realmente preocupante para la conservación de los frescos.