17.8.18

La importancia de llamarse Aretha. Ella y sus amigas

¿Es tanta la importancia?  Sí, porque nació en el Memphis mestizo, en el Graceland nigger. Sí, porque creció en la Motown de mi profeta personal Marvin Gaye. En la concentración de talento pantera negra de mitad de los 60, con el Reverendo King como faro y con Malcom X como guía desnortado pero no, referencia del futuro hip hop que bordan blancos bordes de barrios obreros de ciudades rotas y en bancarrota.


Pero Aretha, en mi opinión, no es chocolate con cacao al 80% sino un producto un poco más sucedáneo. Una enorme artista en el cover, una estrella de la interpretación más que correcta, una prodigiosa colección de cuerdas vocales que grabó para Atlantic o para la Columbia, y nunca para Motown Records, versiones de pioneros como Otis Redding, Sam Cooke o Ray Charles.


Una Sammy Davis Junior con más carácter y compromiso, sí, pues el origen claro que marca. Aunque nos imaginamos lo difícil de dar la cara en el Rat Pack y la Las Vegas de los 60, cuando el empujonazo te lo da la mafia calabresa y compites contra el confederado Elvis, el abruzzi Dino Crocetti (galán chulo de playa Dean Martin) y el frío y duro genovés Sinatra, un témpano templado a base de mala hostia Doria.


Aretha se movió con facilidad en esas inquietantes bambalinas que describe-borda Scorsese. Con esa facilidad que no tuvieron el blanquito y sutil Chet Baker en LA, ni tampoco el juguete roto Billie Holliday que, ella sí, tantó influyó en blancas como Amy Winehouse o la misma Joplin.

Se movió Aretha con voz poderosa soul en el ámbito del cool jazz. Que es como decir que estamos ante una garnacha poderosa envejecida en barrica. Correcta y ampulosa en boca, con sabor a compota como un Chateau Laffite o un Blecua somontano. 

Sus seguidoras Dee Dee Bridgewater y tutti quanti siguen esa trayectoria que tanto nos agrada a los europeos, especialmente a los puntillosos franceses, desde Josephine Baker, algo que entiendes si no has ido cada domingo a una misa en Alabama… Aquí nos va más la marcha y el dolor, porque el flamenco marca y estamos más acostumbrados al Islam de lo que nos parecer.


Pero la música de Franklin no tiene el picante y la guindilla del vino joven  Holliday – fresco natural y sin retrogusto-, tampoco la robustez y elegancia purpúrea de Ella Fitzgerald, sin la extrañeza astringente de Nina Simone –ese profundo malbec argentino-, sin la enorme elegancia de la Warwick de cerca de Hoboken, patrias de Sinatra y Roth… No tenéis más que comprobar el listado y las versiones… Y concluir con que el artista musical con mejor gusto del siglo XX fue el enorme Burt Bacharach, que no eligió a Aretha como diva.


A mí, gusto personalísimo y porque con ella he crecido, me encanta Diana Ross en sus duetos con Marvin Gaye, en esa evolución al funk que permite bailar oyendo himnos.


En todo caso, vaya esta lista de mis canciones favoritas, tanto de Aretha como de sus amigas, verdaderas divas del soul por no pretenderlo:


1.- En su mismo estilo y dirección, Josephine Baker: J’ai deux amours (mon pays et Paris), que abrió esa historia de amor y divismo que determinadas solistas negras tienen con Francia, tan correcta y charmant.


2.- Ella misma, Aretha Franklin, en “Respect”: por todo lo que representa su letra cuando dice como combate contra el machismo negro, en un tema que ella sí avanzó y encarnó y padeció de forma hoy incomprensible Tina Turner: “Is for a little respect when you get home (just a little bit), Hey baby (just a little bit) when you get home…”


3.- Como continuadora de su estilo pero con voz propia, Dee Dee Bridgewater en la muy emocionante “He’s Gone”, buen poema de amor… War of words, no one survives; These words of war cut deep inside; War of words the truth, the lies.


Vamos a balancear, to rock, esta magnífica música negra con metrónomo con esos vinos desbocados, angustiosos y que sirven para un momento que mencionábamos…


1.- Nina Simone, “My Baby Just Cares for Me”, cantada con ese dolor y mala hostia, pero, sobre todo, incredulidad mansa africana profunda, la de saber que no es cierto. Seguramente y de forma momentánea, de pensamiento, obra u omisión, para ninguno de nosotros.


2.- Dionne Warwick en “I say a Little prayer”, obra cumbre de Bacharach. Ese borgoña que huele a rosas, esa canción aterciopelada que no mancilló pero sí gritó Aretha… Sin embargo, cantada en su versión original por Dionne es napoleónica, intemporal, elegantísima… No pretende ser negra ni blanca, es ampulosa como Chequia, patria del apellido de su autor… Es una canción claramente pragatina.


3.- Billie Holliday, “Summertime”: prodigiosa su voz rota, alcohólica, desesperada, tan bee bop como pueda ser Parker… Recogida del arroyo, allí le dejó esa fascinante riada… Molesta, como las grandes obras de arte. Es un quejío no correcto pero incomprensible, o no… Obliga a una mirada interior como Camarón, como Peter Hammill, como el falsamente divertido Paolo Conte. Vía, vía… Via con me… Lo spettacolo d'arte varia…  Di uno innamorato di te… Neanche questo tempo grigio, pieno di musiche…


Un beso desde la discrepancia, Aretha. Emoción contra corrección, los límites como único camino del arte, cuya obligación es marcar el pulso de la cuerda de su tiempo.


17/08 Luis Iribarren