3.10.18

Neil Young by frost, poeta y músico totémico

Los bardos de origen escocés e irlandés se adaptaron especialmente bien para describir la grandeza e insignificancia humana del paisaje del Finisterre americano: el Salvaje Oeste hasta la puerta de oro de Frisco. La ausencia de más allá es común en cada península donde se vea el sol caer a plomo sobre un océano y provoca dar vueltas, quedarse colgado en California, en Costa da Morte o en Alcalá de Gurrea donde al menos el dios Moncayo consuela un poco.

Concretamente en la primera, es lo que vi en los parques y playas de Santa Mónica (Wayne City) llena aún hoy de indigentes durmiendo con chisqueros zippo, mirando al vacío McArthur desde el puerto de San Pedro y decidiendo si seguir con sus vidas de cowboy jonky en Okinawa o Saigón.

Componiendo, sin embargo o con una mirada más limpia, uno de los principales monumentos a la dejación y languidez, a la falta de objetivos, a estrellarse en forma de vagabundear por una vida no épica precisamente un negro… Sentado en el muelle, viendo la bahía de Frisco desde el amanecer hasta la puesta de sol…

Otis Redding, poeta total de la diáspora negra desde Alabama en “Sitting on the dock of the bay”, con este culminante momento también totémico, que anticipó tanto welfare rights que no cuenta como desempleo, tanto final crackero de la lucha y anunciando el santo advenimiento bendecidos por todos los sistemas de Colin Powell o el hawaiano Obama…

Looks like nothing's gonna change Everything still remains the same I can't do what ten people tell me to do So I guess I'll remain the same

Y, efectivamente, nada ha cambiado. La hiperactiva industria de Palo Alto, al sur de la Bahía, no puede absorber esa mano de obra Otis ni latina. Tampoco de la basura blanca, cuyas bellísimas hijas de Oklahoma andan cicatrizadas desde adolescentes por los versos del difunto Tom Petty. Tampoco lo hará ninguna industria cuaternaria que se instale en la ampliación de Pla-Za.

La grandeza totémica de Neill Young en mi opinión se debe a que virase, a que buscase en su interior con y sin paraísos artificiales, en que siguiera la línea de vagabundeo sin postureo ni conveniencia, sutil e intrínseca, interior y áspera marcada por mi poeta favorito Robert Frost. Mucho más que un narrador de la última frontera que no existe, que no es más que una elongación o rotura fibrilar de nuestras entrañas.

Allá donde la sociedad mestiza mexicana y el gusto por los paisajes abiertos no inglés, el de los comedores de hígado, es el fiel de la balanza de la creación artística: sí, las praderas, desiertos y rocas son extensiones nunca civilizadas. La despoblación o el silencio de las voces de los niños tras pasar agosto con sus abuelos en el Aragón interior, tampoco tiene nada ya de civilizado. Es imposible suturar, solo cabe ante ello cualquier opción individual.

Vayamos con este fragmento de Frost que recogerá Neill el canadiense, nacido en los plácidos Grandes Lagos, reserva blanca:

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo, Y apenado por no poder tomar los dos Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude, Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente, Y habiendo tenido quizás la elección acertada, Pues era tupido y requería uso; Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.


Ese camino y su bifurcación no era incluso en América más que circular. En las playas e islas de Vancouver los amerindios erigieron ciertos tótems deudores y devotos de las grandes aves y la naturaleza circundante. Magnas obras comunes a las erigidas desde el sintoísmo en Japón, que no usan piedra sino que se retoman en cada generación pues son de madera. También comunes en significado al arte polinesio o de la Isla de Pascua.

Si había un camino hacia la comprensión, y la idea de fin de la tierra y de la misión no era sino eurocéntrica, se pretendía imponer pese a la grandeza dubitativa de Frost a todo un territorio. La sociedad de esa duda surgida siguió siendo atormentada y un mero decorado entre la grandiosidad, como recogieron la obra de Carver, el desgarro de Chet Baker…

Entre todos ellos emerge Neil Young en busca de su corazón de oro, no nacido con él, no auto afirmándose mejor ni puro, no nacido parte sino paciente por pasivo de ninguna extraña y demoníaca naturaleza que reduce al europeo como planificador a su altura de barro… Curiosamente insertada en un álbum con precioso título-resumen, ese momento en que Europa festeja… “Cosecha”.

I've been to Hollywood         I've been to Redwood
I crossed the ocean for a heart of gold
I've been in my mind         It's such a fine line
That keeps me searching for a heart of gold
And I'm getting old

Es patético y escandaloso que, de forma hipócrita o por joder a los demás, en una determinada altura de nuestra vida, cometidos errores y excesos de confianza, no estemos todos sentado en nuestro muelle, viendo el sol y dejando quieto nuestro corazón si no es de oro.

Porque todos nos podemos negar a tener relaciones interesadas, a vender preferentes, a utilizar las patrias de forma racista, podemos no impedir que nuestros padres quieran establecer legados a favor de las personas que les procuren su última sonrisa, por amor o conveniencia, que les devuelvan a la infancia como un tótem devuelve amor a la naturaleza.

Nuestra mente es una línea fina…

03/10 Luis Iribarren.