18.11.25

El carboncillo es el enemigo de quien comienza en la Escuela de Arte?


Cuando entras por primera vez a una Escuela de Arte, tras las primeras jornadas de ilusión y en donde todo te parece hermoso y muy novedosa tu presencia, viene un periodo largo de dudas y aburrimiento. Y (casi) siempre por el mismo motivo.

Cuando uno entra en una Escuela de Arte, generalmente ya tiene una base mínima, y quiere aprender a una velocidad que no es la que te va a entregar esa Escuela, sea oficial, privada, de autor, especial, etc.

En casi todos los casos es imprescindible cansarte, aburrirte incluso, mientras trabajas en blanco y negro, con carboncillo o lápices, sin que en muchas ocasiones entiendas por qué ese uso que consideras excesivo, con el carboncillo.

En el Arte es fundamental conocer la luz y la sombra. Conocerla, distinguirla en todos sus grados, provocarla, construirla. Sin luz y sombra bien elegidos no hay contraste, volumen, color real.

Aunque luego te vuelvas un Miró.

Las texturas de los elementos que construimos se conforman con esa luz y sombra, y por eso si dominas con el carboncillo el construir decenas de tonos distintos de luces, decenas de graduación en las sombras para que puedan conservar los detalles, pero a su vez profundicen, tienes ya la mitad del camino recorrido.

En una Escuela de Artes empiezas entendiendo de luz y sombra. Y luego de opiniones ajenas.

Necesitas estar rodeados de otras personas que opinan, sean profesores o compañeros alumnos, y necesitas ver, comparar, aprender a base de entender qué hacen otros alumnos como tú.

Lo más sencillo es aprender a manejar herramientas, colores, soportes, técnicas. Lo complejo es perder ese exceso de seguridad con la que entras, para poder mejorar a base de ponerte en duda. Si quieres perfeccionarte, tienes que poner esfuerzo. Y eso casi siempre pasa por ponerte en duda, por dejarte llevar por los profesores que saben más que tú, y por recibir opiniones que irás puliendo.

12.11.25

El aquelarre o Sabbath de Brujas, de Goya


El Museo Lázaro Galdiano alberga el lienzo  "El aquelarre" de Francisco de Goya, pintado entre 1797 y 1798, el cual representa una escena de brujería como una reunión de hechiceras.  También es conocido con el nombre de Sabbath de Brujas. Este cuadro es uno de los seis que Goya pintó para los duques de Osuna, y fue adquirido posteriormente por José Lázaro Galdiano, según indica el catálogo del museo en donde permanece. 

Pintado entre los años  1797-1798. formaba parte de una serie de seis cuadros sobre brujería encargados por los ilustrados duques de Osuna para decorar su palacio de recreo en la Alameda de Osuna (hoy Parque del Capricho, en Madrid).​ Aunque el tema es oscuro, estos cuadros estaban pensados como piezas decorativas de "capricho" para una élite ilustrada que veía la brujería como una superstición popular digna de ser satirizada, no como una amenaza real.​ Hoy nos resulta imposible pensar en decorar nuestra vivienda de recreo con esta temática, pero eran otros siglos.

Esta primera versión es más narrativa y teatral. Luego hizo alguna obra similar para sus Pinturas negras. La composición es más clara y los elementos son más definidos: mostrando al Diablo como Macho Cabrío. En el centro, un gran macho cabrío negro, con cuernos imponentes adornados con hojas de vid (una alusión al dios Baco, el vicio y a lo dionisíaco), preside la ceremonia con ojos brillantes.

A su alrededor, un grupo en círculo de brujas de todas las edades (ancianas y jóvenes) le rinden culto. Su actitud es de devoción y miedo reverencial.​ El tema central es el sacrificio infantil. Una bruja ofrece a un niño vivo al diablo, mientras que otra sostiene a un bebé esquelético, ya "chupado". En el suelo yace otro niño muerto. Esto refleja la superstición popular de que las brujas se alimentaban de niños para crear sus ungüentos mágicos.​

La escena transcurre de noche, bajo una luna creciente que ilumina parcialmente la escena, creando un ambiente de misterio y ocultismo.​ Esta obra, como los grabados de Los Caprichos que Goya, estaba creando en la misma época, y es una sátira contra la ignorancia y las supersticiones populares que los ilustrados como Goya y sus mecenas criticaban. 

No es una celebración de la brujería, sino una denuncia de la credulidad.​ Aunque aún conserva ciertos elementos compositivos del rococó, el dramatismo, el uso del claroscuro y la temática macabra, anuncian ya el Romanticismo. La pincelada es más suelta y expresiva.