Los artistas nos deberíamos dividir entre dos grupos bien distintos, si atendemos a lo que somos capaces de crear y sus motivaciones. Los que creamos para nosotros y los que crean para los espectadores. No es lo mismo, aunque admitamos que los que creamos para nosotros sí nos importa lo que digan los espectadores.
Todos deseamos tener millones de otras personas mirando aquello que creamos, sea una obra de teatro, una literatura, una arquitectura o un cuadro. Somos animales humanos y necesitamos el reconocimiento, aunque no lo pidamos.
Pero la motivación escondida es diferente en un caso o en el otro. La importancia que le damos a la obra se mueve en los espacios muy similares a la importancia que le damos a los espectadores. Y no es lo mismo espectadores que compradores. La inmensa mayoría de las personas crean para disfrutar ellos, luego para hacer disfrutar a los espectadores si los tienen, y finalmente para intentar vender. Admitimos que eso es casi imposible, y por ello pierde en la actualidad todo sentido crear para llegar a esa meta.
Pero de todos modos, siempre, la relación entre el artista y su público ha sido objeto de reflexión constante en la historia de la estética, y esta ha movido a los propios creadores a seguir por el camino emprendido o a cambiar si entendían que no gustaba.
Personalmente conozco a un Artista Teatral y Músico con gran número de espectadores, que sobre todo escucha a unos pocos espectadores, sobre los que crea y se mueve. Sabe que existen decenas de miles a su alrededor, pero es una constante en la obra de muchos artistas, que en realidad lo que le mueve y la importa para seguir o para modificar sus obras, sea la opinión o la sensación que provoca en muy pocos y cercanos espectadores.
La duda para el Artista es saber si algo no gusta por ser "malo" o por no haber encontrado el público al que le corresponde observar lo que hacemos. No es sencilla para ningún artista disponer a su alrededor del tipo de crítico desinteresado y exigente, que opine por propia libertad sin miramientos de variado tipo, como puede ser incluso la relación personal. Los muy cercanos suelen ser malos críticos, por su incapacidad de ser libres a ls hora de ser espectadores. No te van a dejar de seguir, pues observan la totalidad de tus obras en su memoria, y saben lo que cuesta levantar algo. No analizan pues no pueden hacerlo con libertad, los últimos movimientos en relación al todo, al tiempo, a lo que se necesita fuera de uno mismo y de nuestro círculo.
Vayamos ahora a preguntarnos si estas dudas son modernas, actuales o han existido siempre. Desde la Antigüedad hasta la actualidad, se debate si el arte nace y vive en sí mismo o si el espectador lo completa con su recepción. Interactuando aunque solo sea con la contemplación.
En el cuadro renacentista titulado: "La Escuela de Atenas" (1509-11) de Rafael Sanzio, vemos a Platón y Aristóteles conversando animadamente: su diálogo simboliza la raíz clásica de este problema estético. Platón consideraba el arte como una mera imitación de la realidad que puede engañar al público.
Para él el pintor Rafael Sanzio y el sofista Platón eran semejantes, pues ambos “con perseverancia… mantienen un paralelismo: la técnica del pintor que da la ilusión de la realidad” equivale a la del sofista que hace creer lo ficticio por medio de argucias dialécticas.
En Platón el artista engaña y el espectador queda “hechizado” por formas que no corresponden al mundo fácil de aquellos siglos. Por eso Platón desconfía del arte como pedagogo o como herramienta que mostraba la realidad, y considera que la influencia sobre las emociones del público suelen ser peligrosas.
Por el contrario, Aristóteles reconoce un valor purificador de la experiencia estética. En su Poética afirma que la tragedia produce catarsis en el espectador: “…la facultad de la tragedia [es] redimir… al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra”.
Al identificarse con el drama, el público siente compasión y miedo y así se purga de esas pasiones sin sufrir sus consecuencias reales. Para Aristóteles, entonces, el arte cumple una función moral y psicológica: involucra activamente al espectador, le hace vivir emociones intensas, y contribuye a su entendimiento de sí mismo y de la realidad.
En la tragedia clásica (En el Teatro o en el Cine, que como admitimos, es casi todo mentira, y hay que advertirlo para no tener dudas), al presenciar el castigo merecido de personajes virtuosos o trágicos, el público aprende inconscientemente lo que nos muestras para evitar repetir el error que nos enseñan. En este sentido, la existencia y la reacción del espectador son esenciales para el fin educativo de la obra de arte.
Pero siendo cierto, en la actualidad se requiere de tantos matices, que es imposible convencer a un espectador con detalles pequeños. O no, precisamente pueden ser los pequeños los que tengan más importan cia que los gruesos, pues parecen engañar menos.
Nota.: En la imagen vemos la obra de Rafael Sanzio, La Escuela de Atenas.