La primera es que Goya necesitaba trabajar para vender sus obras y poder vivir o incluso sobrevivir. Y en aquellos años de principios del siglo XIX, los toros eran un espectáculo imprescindible entre la sociedad media y alta de Madrid o de incluso Zaragoza, de donde venía Goya.
Los toros y las comedias eran los únicos entretenimientos de la época, más los primeros que los segundos, pues eran otros tiempos, otras culturas, otras economías.
En Zaragoza, en el año 1761 la Sitiada o Gestora de la Real Casa de la Misericordia decidió construir un Coso Taurino para financiar sus labores sociales para los niños sin hogar. Eso suponía aceptar que iba a ser un gran y rentable negocio para ayudar a su sociedad.
Ramón de Pignatelli logró un acuerdo en 1764 con el gremio de carpinteros de Zaragoza, para poder construir un plaza de toros en el mismo lugar en donde todavía ahora se encuentra el coso taurino de Zaragoza, la llamada todavía Plaza de la Misericordia.
El terreno vacío —o casi vacío pues eran una eras para trillar el cereal de los campesinos zaragozanos— estaba en la salida de Zaragoza hacia Madrid, cerca del Portillo. Y la Plaza de Toros se levantó con los mismos planos arquitectónicos que se utilizaron en la plaza de Aranjuez.
Se pretendía crearla para unos 7.800 espectadores que eran muchos para aquella ciudad pequeña de poco más de 40.000 vecinos, y su coste estimado era de unas 34.000 libras jaquesas, que era la moneda de aquellos tiempos en Aragón.
Al Gremio de Carpinteros se le pago a plazos hasta el año 1773, e incluso consta que regaló las últimas 1.600 libras a la Real Casa de la Misericordia.
A partir de las Fiestas del Pilar de 1764 se iniciaron las corridas de toros, o los festejos taurinos, pues muchas veces eran un compendio de diversas maneras de torear, o de teatralizar la lucha entre un animal y los hombres. Sin contar a los pobres caballos que caían como moscas.
Volvamos a Goya, pues vemos arriba un grabado de 1816 titulado con el número 18 de su colección Tauromaquia, "Temeridad de Martincho en la Plaza de Zaragoza". Es un aguafuerte y aguatinta de Goya.
Goya no refleja una disposición personal fácil y aceptada con estas prácticas, pues a veces solo muestra las partes más duras y sangrientas de las mismas, y parecen más una serie de grabados que buscan relatar la historia de la tauromaquia en España, desde tiempos de los árabes, o incluso antes, por orden numeral de sus grabados, que obras artísticas para mostrar el presunto arte taurino.
Eran otros tiempos, eran estampas impresas para vender casi como recuerdo para los que sí gustaban de estas actividades y sacar unos dineros extra.