10.4.23

Fotografía post mortem, parte de la historia de la fotografía


En las primeras décadas del siglo XX la fotografía entró en los hogares, en la sociedad de Clase Media de forma apabullante. De esas décadas son las fotografías de familiares fallecidos, fotografía post mortem, que se encargaban a fotógrafos especializados, se coloreaban a mano y se enmarcaban para dejar constancia en los salones comedores de la persona que ya no estaba con la familia, pero con una última imagen en la cama o en el ataúd. 

Suena a barbaridad, pero además de ser cierto, era un pequeño negocio para algunas empresas de fotografía y enmarcado. A las personas fallecidas se las maquillaba para simular que estaban vivas, incluso a veces se las sentaba en diversos muebles, rodeados de sus familiares, y se las sujetaba en equilibrio con artilugios diversos para que no se vieran en la fotografía. A veces resultaba complicado darse cuenta de que la persona estaba realmente muerta. 

Estas modas fueron decayendo y en los últimos años ya no aparecían ni rodeados de su familia en una escena teatral, ni maquillados para simular que estaban vivos, sino ya reposando dentro del ataúd.

Hay que entender dos conceptos que hoy ya no existen. Por una parte en aquellos años había miles de personas que nunca habían sido fotografiadas y que en el momento del fallecimiento era cuando la familia se daba cuenta de que no tenían un recuerdo de ellos, una instantánea de su familiar para recordarlo. 

Y por otra parte en aquellos años era muy alta la tasa de mortalidad de niños y jóvenes por diversas enfermedades, lo que acrecentaba esa necesidad si no se disponía en la familia de ninguna fotografía de la joven persona fallecida.

Esta práctica se utilizaba más en las localidades pequeñas, y lo habitual incluso hasta medio siglo XX era llevar estas fotografías de tamaño 24x30 o incluso 30x40 a un profesional que las coloreaba con anilinas y las enmarcaba con repujados marcos.