5.2.19

Christania: conjunto vikingo de arte urbano

Que hay que volver a los lugares hollados con un poco más de dinero y para ver cómo han cambiado es un hecho vital innegable.

Recuerdo de forma nítida-fiordo mi primer Interrail, que fue hasta Laponia y cabalgando en solitario. Me pasó de todo, pero me quedo con tres momentazos sublimes: un complejo de Stendhal por sobredosis de abedules en la Laponia sueca, haber pernoctado en un barco-albergue en Estocolmo y cruzar de Holstein a Malmö en ferry sin salir del tren por el mismo precio. Divisando el castillo de Hamlet (el de Rosenborg, de la Hansa) a estribor.

A la vuelta, tuve ocasión de pararme en el singular museo Louisiana donde se me colocó el cerebro para comprender qué es el land art, cuando iba a otra cosa: a visitar una exposición de sus Warhol.
La verdad es que ahora me parece arquitectura europea de inspiración claramente japonesa, pero en aquel entonces de finales de los 80 la relación de ese museo con su paisaje circundante me hizo pensar en darle la vuelta del revés a Berdún para que fuera lo mismo. O si no, una mezcla entre eso y la Lanzarote de Manrique. Un lugar bello y singular, todavía más.

En fechas no muy lejanas revisité Copenhague mientras el Barça ganaba su última Copa de Europa. Volvía de ver en barco las noches blancas en los fiordos noruegos, una oferta brutal para ir al único crucero de mi vida que fue inenarrable y recomiendo. Esas entradas en barco a Bergen y otras rías como si estuvieras navegando Búbal o Eriste.

En Copenhague y luego repitiendo aquel mítico viaje en tren hacia Amsterdam, Brujas y Charleroi de Zaragoza, me dediqué a solazarme con los cambios y nuevos ambientes urbanos de Europa del Norte. Cambiando de aguas (y de ordios y lúpulos).

Tuve ocasión de enamorarme nuevamente del ambiente urbano de las ciudades al norte de Bélgica que en mi viaje inverso al de Goethe solo había intuido desde la pobreza extrema. Con su total capacidad de integración de inmigrantes incluso de habla española, sudamericanos. Vistas con luz lechosa y permanente, son lugares de ensoñación de barbaridad dostoiewskiana.

Me detuve sobre todo en la Ciudad Libre de Christiania, antiguo puerto del rey Cristian. Buscando mi República Independiente de Torrero. Fui por conveniencia de consumo hippy en paraíso fiscal. A fumar un poco, si lo queréis ver así. A comer a precios no escandalosos, las democráticas casas de comidas nunca deben desaparecer en España.

Estos docks y barracones militares son un buen ejercicio de vida en régimen comunal de alquiler de renta posible, sin restricciones a la libertad de nadie, con una propiedad privada colectivizada entre gente con educación y sin codicia. Que no se apartan del sistema, no lo son y ya.

Es un paraíso para el arte urbano pues todo el entorno de ladrillo viejo y claraboya y cristalera de almacén de la Hansa se presta para ello. Como se presta para el veganismo aunque no te obliguen a ello. Como de facto nadie obligaba a Cascos a utilizar la ley del divorcio ni a Maroto a beneficiarse de una ley de matrimonio homosexual que hubiera enmendado.

Louisiana y Christiania han calado hondo y se han reproducido en microespacios en todo el mundo. Pero provienen de un especial olor a lúpulo Carlsberg. Son tan difíciles de reproducir como los bollos con simple azúcar y canela.

Los de las novelas del comisario Wallander, en las que se advierte como en las novelas de Knut Hansum la enorme base social que siempre tienen las ideas supremacistas. De raza en el norte de Europa, de la paternidad exclusiva de reconquistas e imperios en el sur. De que los liberales son los impositores para los demás del deprimente concepto libertinaje.

Por tanto, estos espacios se han ganado a esos mares. Luchemos o no por la democracia y derechos de los demás, menos favorecidos por la suerte, son escenarios frágiles y críticos. Hay más gente que se podrá desmovilizar del otro lado.

04. 02 Luis Iribarren.