4.2.19

Odón de Buen y arte urbano en Zuera (Zaragoza)

El arte urbano cumple la función en el siglo XXI que los Pantócrator y policromías de los interiores románicos como en Bagüés, Boí-Tahull o Sijena. Tiene siempre ese carácter de reivindicar, emocionar o suturar fealdad y trastocarla por paisaje urbano que la pone en valor o recuerda contradicciones.

Se está utilizando, asimismo, de manera libre o incluso institucional a efectos de conmemorar. Relacionándolo con una historia, con un personaje local, con un carácter de ciudad perdida que subraya.

Es el que nos gusta, no los cultos a la personalidad a través de las firmas. Que solo tuvieron momentos geniales en el origen de este movimiento en pinturas de vagones de metro, luego ya cansó mucho.

Ello sin perjuicio de que sea cierto que todo el arte otomano, parsi o selyúcida se fundamenta en paramentos de yeso que son sunnas del Corán. Pero dentro de un estilo estilizado y canónico, buscando armonía y no en modo encefalograma de sociedad plano.

La entrada de Zuera a través de su rotonda Zuera Sur, era mezquina, torturada, de suelos urbanos no consolidados y urbanizables de regadío esperando su pelotazo. Conteniendo naves industriales y corrales alegales de bloques y desarrollismo de pozo negro. Adobada con un murete la mitad de alto que el que pretende Trump, que parecía una pared de fusilamiento para una población con tanto recuerdo aciago para ambas ganaderías.

Sin embargo, un solo elemento, un mural sobre Odón de Buen, ha ennoblecido ese horror y hace soñar con fondos marinos, con la costa torturada de Jávea y de la isla de Hierro, con bosques de poseidonias en suelo pre-monegrino. Crea un espejismo muy afortunado que genera un estrabismo feliz. Matiza de rocalla y bogavante el tormo de yeso trasero.

Odón de Buen fue darwinista en el muy buen sentido de la palabra, el que no tiene relación con Nietzche. Su mirada de secano la utilizó para crear nada menos que un Instituto Oceanográfico, del que fue su primer Director. Todo ello a partir de un laboratorio de catalogación en Mallorca, concretamente en Porto Pi.

En este bellísimo edificio residió, llenándose de azules cobaltos, entrenada su mirada en cielos de cierzo tras borrasca.

Todavía hoy está buscando quien le escriba como catedrático cesado, de momento no goza de memoria histórica positiva. Al menos todos los niños de su localidad se interesarán por la botánica, los acuarios y los fondos marinos solo con entrar a su pueblo. Menos es nada.

31/01 Luis Iribarren