5.1.19

La belleza de los fríos de postguerra

Algunos días como hoy recuerdan ya solo de forma aislada los tiempos de Mingote y del frío de postguerra. De sopa boba de autarquía, de España tan grande que se cerraba por hambre excepto para un 20% de sus no votantes. En la ciudad se pasaba una modalidad de hambre con escaparates colmenera y sórdida, todo fue una Ciudad Sabañón hasta en la costa valenciana republicana.

Winners only, no time for loosers cause we are the Champions... Que dijo Freddy Mercury con ironía y malicia indias para que lo repitiera Zapatero, el de la reforma laboral ilustrada y desmemoriada históricamente.

Son días puntuales de estornudo por ataque de francoil que ya no duran dos meses. También lo son de particular y ruda belleza, helando hasta almorzar y luego todo el día. Como dice el profeta Jiménez Losantos de los que considera tontos.

Es un frío que dobla y nos hace cheposos a los fatos. Con su propia terminología como cencellada o candelones, que produce las estampas de páramo más bellas, aportando ese blanco roto casi irreal y nunca ficticio.

Son inversiones de arcoíris por confusión de colores por toma de tierra.

Hielos para matar el tiempo con cuentos de abuelo anafalbeto, fogaril con cadiera y cocinilla de bandeja de porcelana y con fruta para poncho, con los animales en la cuadra calentando la casa. El perro ratonero aburrido haciendo su orgulloso oficio. Las preciadas dos latas de olivas sevillanas rellenas, una para ahogar los ratones, la otra para fregar y lavarse.

Esos días tan magníficamente cincelados por Delibes, siempre pertechado sin goretex en cada amanecer castellano. Ya documentalizados con montaje por Rodríguez de la Fuente.

Estos tiempos de boira con cencellada que le recuerdan a mi madre el año en que yo nací en enero, días de necesario movimiento con espasmos para liberarse en caso de pobreza energética, de pasear por la tarde por centros comerciales calefactados por el Protocolo de Kyoto.

Días de quemar carrasca de monte comunal limpiado de rama baja, y calentarse con el astral haciendo zocas.

En definitiva, días cortos y blancos para revisar “El Verdugo” de Berlanga, “Ojos Negros” de Nikita Mikhalkov o “Doctor Zhivago” del glamuroso maestro inglés David Lean que hacía películas modo motores Rolls Royce, precisas y con el sello de elegancia fotográfica no Kodak correspondiente.

Tomar un té cargado con leche, un poco de huevas de caviar del Grado con vodka a mitad de película, mientras se ve la escarcha de las ramas o en el bulbo de las rosas desde una ventana traslúcida de vaho de alabastro.

Qué música escuchar en Aragón en estos caso para calentar el espíritu. En materia de elegancia yo me iría por los zaragozanos Tachenko o por los catalanes en castellà de La Casa Azul y el muy grande Guillem Vilella enderezando la dirección contra el hielo.

Si queremos música metálica, diferente y cálida en su gelidez y espectralidad siempre nos quedará Byörk o la genial guitarrista americana Mary Holvorson.

04.01 Luis Iribarren