Una simple ramita. Sencilla, diminuta, fina y tan delgada que se tumba con el aire, apagada, despeinada.
Una ramita.
Pero las ramitas débiles también tiene derecho a ser atendidas, aquí o en donde sea necesario, pues precisamente por ser feas y pálidas, débiles y sin defensa suficiente, alguien debe apoyarles más que a otras ramitas.
Esta ramita ya no existe.
Dejó de existir, de estar erguida al poco de ser fotografiada pues los débiles siempre duran poco. Pero para mi sigue siendo una ramita gris y viva pues la recuerdo en el camino hacia la estación, alzando su porte entre los zarzales como si no hubiera un mañana.
Los débiles y flojos también tienen su dignidad.