13.12.18

No tribulaciones de Woody Allen en Blue Jasmine

Esta semana repusieron esa versión de “La Gata sobre el Tejado de Zinc” que es “Blue Jasmine” de Woody Allen. Una película que, como excepción, me devolvió el gusto por el autor y su vis trágica, solamente en este caso matizada por gotas de humor surrealista.

Porque yo suelo confesar que el cineasta no me gusta, cuando me gusta en ocasiones a rabiar pero puede que le exija demasiado. Le exijo decaparse, como me lo exijo a mí mismo sin tampoco conseguirlo. Y claro, salvadas las enormes distancias de talento, su devenir me desagrada cuando me parece histriónico.

La excesiva generosidad surreal, de guiones con tanto matiz y giro en psicoanálisis propio trucado, me enerva y me saca siempre de sus películas. Porque pienso que cuando utiliza su talento en el doble sentido para los guiones a ráfagas, se aproxima mucho al logroñés Rafael Azcona, en mi opinión uno de los tres mejores escritores en literatura española del siglo XX. Lo tengo canonizado junto a Rulfo y Juan Marsé como mi trilogía personal para una extrañeza indispensable. Son autores que me ponen en la cornisa de mi propio acantilado respecto de mi origen y evolución personal vital.

La película que glosamos me parece gloriosa, sin intervención omnisciente del director ni siquiera en forma de voz en off. Deja al guión que tenga una presencia absoluta, no dirige con sabia maestría a la brillante australiana, pero torturada por falta de sencillez por demasiada herencia de escuela inglesa, Cate Blanchett. Ella compone una ligazón desesperada pero representativa, en forma de antihéroe del falso triunfo nunca prescindible.

Tampoco es lo de menos la participación en este proyecto del fotógrafo vasco Javier Aguirresarobe quien brillara especialmente en la complicadísima grabación, por exceso de luz, de “Mar adentro”. Fotógrafo que también ha tenido la suerte de plasmar su especial visión de la desolación en la cinta “Carreteras” inspirada en otro de mis escritores favoritos pero que ya descubrí, como a Chirbes, en el siglo XXI: el faulkneriano y residente en la colonial Santa Fe de Nuevo México, Cormac McCarthy.

Así pues, me detuve nuevamente en esa gran demostración de no dirección y total confianza en la ejecución de una actriz perfecta para expresar la desubicación derivada del clasismo insolente pero inevitable.

En un escenario mítico, pero nuevo y revisado por Woody a través de las gafas de Aguirresarobe: el especialísimo y fascinante ambiente urbano e intelectual, pero también popular, de San Francisco.

La película tiene los visos de clasicismo en este punto, tanto como “El Halcón Maltés” o “Harry el Sucio”, tres inmortales guías para visitar una de las más españolas ciudades mundiales.

Clasicismo que también otorgo a Woody Allen al revisitar a través de sus obras los apartamentos, jardines interiores y calles fundamentalmente neoyorquinas, pero también de Londres o Barcelona. Hay un respeto en su cine enorme a Wilder, que inmortalizó de forma esquemática y breve con anterioridad los edificios de la baja burguesía del Soho, Chelsea o del cogollo del primer Brooklyn.

Esa parte del cine de Woody, incluso más que sus enrevesados guiones en ocasiones, siempre me ha fascinado y formado parte de mi forma de mirar cualquier urbe o paisaje.

La conjunción con una nueva mirada limpia vasca en una ciudad y entorno de luz californio tan refulgente y abundante en sol como es la Península Ibérica, la magnífica creación de entornos musicales de ragtime y swing y, esta vez y algunas más, dejar componer personajes a actores muy dotados, como lo es asimismo Alec Baldwin, componen un friso a la vez realista, con gotas de sofisticación y siempre representativo de la actual sociedad americana.

Tan proclive a la generación de juguetes rotos en forma de no princesas que nunca serán necesarias para representar ficticias ascensiones sociales de nunca príncipes arribistas. En el fondo todo conduce a Julien Sorel, concebido de forma autobiográfica por Stendhal. Aunque siempre sea conveniente en cada generación una reflexión profunda sobre las formas como consigue transmitir esta enorme obra de arte. Sin asociarlo en modo alguno a matices ideológicos sino en clave de paranoia personal libre o inevitablemente elegida.

13/12 Luis Iribarren.