Esa dualidad, doble intención de la que hablaba en mi anterior entrada, entre expresión personal y comunicación con los demás que tenemos los que creamos Arte en cualquiera de sus calidades, ha existido desde siempre, aunque con matices que dependen de la época y la cultura.
No siempre el Artista ha sido libre para crear lo que le diera la gana, lo que necesitaba expresar, lo que sentía aunque estuviera fuera de lo habitual. Muy al contrario, durante muchos siglos el artista era un simple obrero de la comunicación, y realizaba los trabajos que le encargaban, con el mensaje que le indicaban los que pagaban.
En la Antigüedad (Egipto, Grecia, Roma), el arte estaba muy ligado a la religión, al poder político o a la función social de hablar y comunicar con quien tenía que obedecer. Era comunicación hacia la comunidad o hacia lo divino había que contratarla y pagarla a los que hoy consideramos artistas.
En la Antigüedad (Egipto, Grecia, Roma), el arte estaba muy ligado a la religión, al poder político o a la función social de hablar y comunicar con quien tenía que obedecer. Era comunicación hacia la comunidad o hacia lo divino había que contratarla y pagarla a los que hoy consideramos artistas.
La dimensión individual del artista quedaba más oculta; de hecho, muchas obras eran anónimas porque lo importante era el mensaje, no la voz personal de nadie. Era un trabajo más, hecho por personas que se contrataban.
En la Edad Media, especialmente en Europa, predominó la función pedagógica y religiosa. El arte como “Biblia de los pobres y analfabetos”, para enseñar, emocionar y guiar con ideas de los poderosos. El artista apenas tenía relevancia, era un intermediario que creaba lo que le indicaban.
Con el Renacimiento, empieza a resurgir la idea del arte como expresión individual. La figura del artista se eleva (Leonardo, Miguel Ángel, Durero), y su “firma” ya es importante. Ahí la balanza se acerca más al punto del inicio de la expresión personal, aunque siempre en diálogo con el mecenazgo que pagaba y el espectador que recibía.
En la Modernidad (siglos XVIII–XIX), sobre todo con el Romanticismo, la noción del arte como desahogo íntimo, como expresión del genio, se consolida. Aquí el artista aparece casi como un sujeto que crea obras diferentes a veces, para manifestar su mundo interior.
En el siglo XX y XXI, la tensión del artista a la hora de crear se intensifica, y su libertad empieza a ser una parte fundamental de sus trabajos. Las vanguardias se obsesionaron con la ruptura y con la búsqueda personal, pero al mismo tiempo provocando e interpelando al espectador.
En la Edad Media, especialmente en Europa, predominó la función pedagógica y religiosa. El arte como “Biblia de los pobres y analfabetos”, para enseñar, emocionar y guiar con ideas de los poderosos. El artista apenas tenía relevancia, era un intermediario que creaba lo que le indicaban.
Con el Renacimiento, empieza a resurgir la idea del arte como expresión individual. La figura del artista se eleva (Leonardo, Miguel Ángel, Durero), y su “firma” ya es importante. Ahí la balanza se acerca más al punto del inicio de la expresión personal, aunque siempre en diálogo con el mecenazgo que pagaba y el espectador que recibía.
En la Modernidad (siglos XVIII–XIX), sobre todo con el Romanticismo, la noción del arte como desahogo íntimo, como expresión del genio, se consolida. Aquí el artista aparece casi como un sujeto que crea obras diferentes a veces, para manifestar su mundo interior.
En el siglo XX y XXI, la tensión del artista a la hora de crear se intensifica, y su libertad empieza a ser una parte fundamental de sus trabajos. Las vanguardias se obsesionaron con la ruptura y con la búsqueda personal, pero al mismo tiempo provocando e interpelando al espectador.
Hoy, con el arte contemporáneo, se juega constantemente con esa frontera. Algunos artistas parecen crear solo para sí mismos, otros ponen al público en el centro. Arte participativo, performances, instalaciones inmersivas, etc.
La dualidad sobre si creamos para nosotros o para vosotros, siempre ha existido, pero en cada época ha predominado una opción sobre la otra.
La dualidad sobre si creamos para nosotros o para vosotros, siempre ha existido, pero en cada época ha predominado una opción sobre la otra.
Lo actual, lo contemporáneo, no es tanto la dualidad entre ambas decisiones, sino la conciencia explícita de esa tensión. Hoy se discute, se reflexiona, se teoriza sobre si el arte nace del yo o del tú, del artista o del espectador.